A finales de la década de los setenta, el diseño italiano rompió las reglas de funcionalidad del diseño industrial y entró de lleno en un proceso de ironía, según algunos perversidad, eliminando la norma y destruyendo el orden en pro de la emoción. A través de la exaltación de lo emocional y bajo el epíteto de Radical design, grupos como Archizoom y Superstudio desgarraron las sistemáticas teorías de la escuela de Ulm, y la estética kitsch condenó al olvido el ideario bauhasiano, según el cual la función define la forma. Ninguna frontera se libró de la influencia de la revuelta italiana, cuya impronta aún hoy es visible en cientos de objetos.
Con este trabajo de investigación pretendo elaborar la hipótesis según la cual a través del kitsch hemos depositado parte de nuestra identidad en los objetos que adquirimos, y con los cuales mantenemos relaciones, que podríamos considerar emocionales. En cierta manera mi propuesta reconduce la idea heideggeriana de la muerte de Dios, hacia su sustitución por la mercancía, y la entrada en el kitsch-mundi.